De Inversiones y Emociones

Todos los actos y decisiones que el ser humano lleva a cabo conllevan un factor que, a menudo, desvirtúan el resultado esperado:  las emociones

Y la expresión “equivocarse es de humanos”, que usamos muchas veces con cierto tono de excusa, es la frase que mejor lo resume.

Y en el ámbito de las inversiones, no es diferente. Tradicionalmente, nos animamos a entrar en inversiones de cierto riesgo al dejarnos llevar por la euforia cuando escuchamos por televisión que el Ibex acumula una espectacular rentabilidad en lo que llevamos de año, mientras que, por el contrario, entramos en pánico y salimos de nuestras inversiones en renta variable cuando sufrimos un periodo más que prudencial de pérdidas. Y, por desgracia, ese pánico puede acabar siendo colectivo y contagiar a los mercados, hasta el punto de hacer de un momento puntual de caídas una gran bola de nieve que arrastra todo a su paso.

Partiendo de una premisa, tan obvia como olvidada, como es que en las inversiones referenciadas a activos financieros (no sólo acciones, sino también la Renta Fija, esa que, ahora, ya sabemos que de fija sólo tiene el nombre) no ganas o pierdes hasta que no decides rescatar tu inversión, es innegable que nuestras decisiones están muy influenciadas por nuestras emociones. Por un lado, todos tenemos a alguien en nuestro entorno que nos pone los dientes largos con sus exitosas inversiones en criptomonedas o en una compañía tecnológica  de la que jamás habías oído hablar. Y la envidia y la codicia son humanas, como  también lo es el miedo y la incertidumbre de perder tus ahorros. Ya se sabe: el dinero es cobarde.

En el cuadro adjunto, verás qué hubiese sucedido, en el periodo 2001-2015, si hubieses invertido 10.000€ en bolsa europea, en diferentes escenarios: desde mantenerte invertido continuamente, a perderte los 10, 30 ó 50 mejores días de cotización por haber entrado en pánico y salir en días “complicados” para volver a entrar en  mercado cuando hubiese pasado la tempestad.

Como verás, la mayor rentabilidad la obtuvo el inversor que permaneció impasible, invertido a pesar de todo, ajeno a la tentación de abandonar el barco y vender antes de incrementar la caída del valor de su inversión. Es más, ese es el perfil de cliente que no sólo no se asusta por las caídas, sino que las aprovecha y compra cuando todo el mundo huye y vende. Aprovechar las oportunidades suele equivaler a nadar a contracorriente y eso, amigo mío, requiere o mucha sangre fría o un buen asesor a tu lado que sepa ver la oportunidad donde tú verías peligro, que analice la situación con perspectiva y tome decisiones con la cabeza y no con el corazón.

Hace años que se estudia esa relación entre las emociones y la forma de invertir, hasta el punto de reconocer, con el Premio Nobel de Economía 2017, a Richard Thaler, el llamado “padre de la economía del comportamiento” por su investigación acerca de la forma en que las personas se comportan a la hora de invertir, en oposición a la manera en que los economistas piensan que las personas se comportan en esa situación.  Sería tentador por parte del lector pensar que bien sea el inversor directamente o bien a través del asesor de éste, el riesgo del factor emocional sigue presente y, en este sentido, a más de uno le vendrá a la cabeza los sistemas informatizados que sustituyen a las personas en el análisis y toma de decisiones de inversión. Para ellos, y porque un ordenador jamás sustituirá la complicidad con mis clientes, os sugiero que busquéis el caso del Flash Crash de las 2:45 un hecho verídico del año 2010 en el que, por «error», un ordenador vendió 4.100 millones de dólares de futuros en microsegundos, lo que provocó que se realizaran 17 millones de operaciones en minutos, provocando un desplome del 9% en pocos segundos en el selectivo Dow Jones.

¿Quedamos la semana próxima para otro café?

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